Hace muchos años, cuando tenía 19, me enfrenté a mi primera gran prueba de resistencia: una ruta de senderismo en el hermoso Parc Nacional d'Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, en Catalunya. La caminata, que me llevó desde Espot hasta el refugio de Amitges a 2365 metros de altitud, fue un desafío inmenso para mi. Con un desnivel de 1.181 metros y una distancia de ida y vuelta de 24 kilómetros, lo recuerdo como un auténtico calvario. Mi mente estaba completamente enfocada en llegar a la cima, en alcanzar ese punto final marcado en la ruta. Cada paso era una lucha, y la única cosa en la que podía pensar era en el esfuerzo y el sufrimiento que implicaba llegar allí.
Ayer, 33 años después, volví a recorrer esa misma ruta. Pero esta vez, algo fue distinto. Desde el primer paso, no sentí la dureza del camino ni el peso de la distancia. En lugar de obsesionarme con la cima, mi atención estaba completamente inmersa en la belleza que me rodeaba. Los majestuosos picos, el susurro de los arroyos, el aire fresco llenando mis pulmones todo parecía fluir en perfecta armonía. Mi cuerpo se movía con facilidad, casi como si no estuviera haciendo ningún esfuerzo.
Entonces, ¿qué cambió? Sin duda, no era mi cuerpo. A los 52 años, no tengo la energía ni la fuerza física que tenía a los 19. Lo que realmente había cambiado era mi mente. En esta segunda caminata, mi enfoque estaba en el presente, en sumergirme por completo en el entorno, disfrutando de cada detalle, cada aroma y sonido. En lugar de concentrarme en llegar a un destino, estaba plenamente presente en el "ahora", y en ese estado, el esfuerzo simplemente se desvaneció.
Este contraste entre ambas experiencias ilustra perfectamente el poder de la mente, un tema central en mis terapias. Lo que alguna vez fue una ardua batalla se transformó en un paseo placentero, simplemente porque mi perspectiva había cambiado. El sendero en sí no era diferente, pero mi manera de vivirlo sí lo era.
Con hipnoterapia, y Mindfulness trabajamos precisamente en esto: en reprogramar la mente para que enfrente los desafíos desde una nueva perspectiva. Cuando cambiamos nuestro enfoque y permitimos que la mente se centre en lo positivo, en el disfrute del momento presente, cualquier desafío, por grande que sea, puede convertirse en una experiencia enriquecedora. La clave está en dónde decidimos dirigir nuestra atención y en cómo elegimos vivir cada instante.
Al final del día, la vida es como ese sendero en Aigüestortes: no se trata tanto de alcanzar una meta, sino de disfrutar cada paso del camino. Todo está en la mente, y con la actitud correcta, cualquier camino puede convertirse en una experiencia de transformación y paz.
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